¿Te ha pasado que ante algo que te ha dicho otra persona te has puesto a la defensiva y has reaccionado pensando que era un ataque o una crítica hacia ti? O, por el contrario, cuando tú has querido decir algo a alguien sobre algo que te ha molestado, ¿esa persona en lugar de escucharte te ha empezado a justificar o se ha enfadado?
Nuestro organismo, y sobre todo nuestro cerebro, está creado y entrenado para nuestra supervivencia. Y aunque la supervivencia de hoy en día no es la misma que la supervivencia de los primeros humanos, se nos ha quedado esa alerta del cerebro reptiliano, como os hemos contado en nuestros anteriores artículos.
Cómo evitar estar a la defensiva
Cuando alguien nos critica o nos viene a decir que nuestro comportamiento no le ha gustado o no le ha hecho sentir bien, nos ponemos en guardia, de la misma forma que cuando nos sentimos evaluados. Y ahí, es cuando nuestro cerebro se pone en modo alerta, pensando que es una cuestión de supervivencia porque lo afronta como un ataque. Ahora bien, si esto es así, ¿cómo podemos evitar sentirnos atacados? Existen varios aspectos a cuidar para no hacer saltar nuestro mecanismo de defensa:
- Elegir el momento. Aunque siempre recomendemos afrontar los conflictos lo antes posible, cuando la persona está tensa no es buena idea tensar más porque la cuerda se puede romper y acabar diciendo lo que uno no quiere. Así que aprovecha el momento en el que el otro esté relajado para que sea más capaz de escuchar lo que quieres decirle, y no solo escucharlo, sino reflexionar sobre ello, o siquiera plantearse un cambio de conducta. Si no puedes esperar más a decir lo que tengas que decir, entonces tendrás un trabajo extra, que será relajar el ambiente, generar un clima de confianza y bienestar.
- Evitar frases como: “Tenemos que hablar”. No conozco a nadie que ante esta frase no haya pensado algo así como que le va a caer una bronca, o que ha hecho algo mal. ¡Como para no ponerse en alerta! Por eso, cuando tengas que hablar de algo importante con alguien, simplemente háblalo. Con un “oye, te quería comentar algo que me he quedado dando vueltas” solemos prestar más atención o incluso ponemos en juego la curiosidad.
- Utiliza la asertividad. Sobre todo, para poder expresar los hechos con objetividad, solo los hechos. Después podrás expresarle cómo te han hecho sentir esos hechos, no la persona que ha realizado la acción por la cual te hayas sentido mal o creas que sería conveniente que cambiara.
- Sin juzgar. Sin insultar al otro, sin etiquetar, sin expresiones del tipo “es que solo se te ocurre a ti hacer tal cosa”, “mira que eres…”, “qué intenso te pones”, “no se te puede decir nada”. Todo esto solo echará más leña al fuego.
- Sin tomártelo a lo personal. No sabemos lo que el otro ha querido decir o por qué ha hecho lo que ha hecho. Así que no podemos pretender pensar que somos el centro de todas sus actuaciones. Por eso, frases como “es que no me has tenido en cuenta” no tienen sentido. ¿Y tú qué sabes si te ha tenido en cuenta? Eres tú quien se ha sentido así, pero no puedes asegurarlo sin preguntarle si ha sido a propósito.
- Habilita un lugar en el que se debe cuestionar lo que el otro diga. Por ejemplo, el sofá de las discusiones. Cuando vamos allí a hablar de algo no podemos simplemente reaccionar, sino que es un lugar en el que lo que se diga ha de ser escuchado y reflexionado. Es como el rincón de pensar, pero al que vais los dos a reflexionar juntos, a entenderos. Es un lugar donde si te sientes mal por lo que escuchas serás recogido por tu acompañante, un lugar donde puedes expresarte sin miedo a herir porque el otro te recibe desde el amor, el entendimiento y la apertura. Un lugar donde incluso abrazados podemos contarnos lo que más nos ha dolido y lo que más deseamos.
- Evita provocar al ego. Nuestro ego también va a protegernos, a su manera, tratando de mantenernos en su zona de confort, con prisas para todo. Por eso, si tú ves que la persona es tranquila, no la zarandees o la provoques a la acción porque no va a querer y se va a resistir. Si la persona es muy sensible, no la alces la voz ni te pongas muy serio o dramático, cuanto más suave más fácilmente lo va a entender. Si la persona es muy intensa, no le vayas con que son tonterías porque pensará que no le entiendes o que pasas de ella, que no la tienes en cuenta y no la apoyas, que banalizas su molestia. Si la persona es metódica, no le vayas con demasiados sentimientos que no comprende, es más fácil que le pidas claramente lo que quieres. Por tanto, trata de conocer a la persona para poder encontrar la vía por la que será más fácil hacerle llegar el mensaje.
Entrenar la flexibilidad al cambio: la toma de conciencia
Cuidando todo lo comentado anteriormente, es más probable que la persona con la que vas a hablar de algo delicado se sienta algo menos atacada y sea más receptiva a los cambios que le puedas pedir. Aún así, nadie cambia si no quiere y a veces, aunque quiera, necesitará tiempo, porque los cambios, sobre todo cuando forman parte de nuestra personalidad, no se consiguen de un día para otro, habrá una tendencia a volver a lo de siempre, al automático.
Por eso, para cambiar, para hacer las cosas de forma diferente, hemos de tomar conciencia. Y no podemos tomar conciencia si no estamos dispuestos a escuchar lo que los demás dicen o ven de nosotros mismos que puede que ni nosotros nos hayamos dado cuenta de ello. Piensa que cuando alguien dice algo de ti, por algo será. Si el río suena, agua lleva. Eso no quiere decir que sea todo el tiempo, o que siempre sea así, pero sí que alguna vez o para esa persona, fue así. Por tanto, escúchala. Hazte consciente. Todos podemos aprender a ser mejores y a estar mejor en relación con el mundo y con los demás.
Ahora que sabes cómo afrontar mejor las conversaciones difíciles, ¿qué vas a comenzar a hacer? ¿qué vas a hacer diferente? ¿qué te funciona?
Aprendiendo en el camino del crecimiento.
Raquel Bonsfills
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