Siempre recuerdo la frase de Coco Chanel que decía: “viste vulgar y solo verán el vestido, viste elegante y solo verán a la mujer”. Y lo mismo aplicado a cualquier persona.
No nos gusta que se nos etiquete en función de nuestras apariencias porque en realidad quienes lo hacen, nos están juzgando. A veces, nos resistimos a ir vestidos siguiendo unas determinadas normas porque sentimos que nos perdemos a nosotros mismos o nos sentimos disfrazados. También hay personas que eligen un tipo de ropa en concreto para ocultarse detrás de ella, muchas veces por falta de autoestima, porque no se sienten cómodos en la situación que se encuentran, para pasar desapercibidos o para que el grupo les acepte. Mientras que hay otras personas que alteran su forma de vestir por resistirse a crecer o por rebeldía.
¿Qué podemos considerar elegancia?
Ahora bien, la elegancia no está solo en la ropa que llevas o lo bien peinado o peinada que vas, y del mismo modo la vulgaridad. La elegancia tiene un fondo mucho más profundo que podemos aplicar para determinar cuan elegante es una persona. Está en su SER.
Elegante es aquel que:
- Muestra nobleza en sus comportamientos.
- Abierto a la escucha.
- Atiende con generosidad.
- No busca venganzas ni va con maldad.
- Va de frente, sin ambigüedades.
- Aporta claridad y transparencia, sin hipocresía.
- Hace del “menos es más” un valor.
- No necesita de accesorios innecesarios porque su belleza está en la luz que transmite solo con estar presente.
- No sobrecarga ni su comunicación ni su imagen.
- No se enreda en demasiadas vueltas ni explicaciones aún sin faltarle un detalle.
- Posee soltura en sus movimientos y en su comunicación.
- Con capacidad de respuesta.
- Tiene facilidad para cambiar de tema y no resultar pesado.
- Sabe estar y sabe irse.
- Sabe reconocer a los demás, posicionándoles en el lugar más destacado.
- Tiene talante y talento.
- Sabe reconducir una situación con estilo, sea su interlocutor afín a él o no.
- Muestra su buen gusto en todo lo que hace y disfruta, desde el arte hasta la comida.
- Distinguido por la forma que tiene de expresarse y mostrarse con los demás.
- Cuidadoso y respetuoso, incluso cariñoso, con mimo.
- Admira al ser humano.
- Tiene la capacidad de ver la belleza que hay a su alrededor.
- No utiliza palabras malsonantes, no las necesita.
- Su humor es blanco.
- Sus gestos son suaves, no agresivos.
- La voz es clara y se expresa con el volumen adecuado.
- No pierde el tiempo en luchas de poder porque todos somos igualmente personas.
- La empatía es su virtud.
- La sutileza de sus insinuaciones es suficiente para inspirar.
- Sabe guardar un secreto.
- Es honesto y humilde.
- Dedicado e implicado sin avasallar.
- Deja a cada uno su espacio y su ritmo.
- Brilla y hace brillar.
¿Cuántas de estas cualidades también las posees tú? ¿Cómo de elegante eres en tu forma de ser y estar?
La elegancia de tu interior
Como ves, la elegancia no trata de la ropa que llevas sino de la imagen que transmites, lo que va también en tu comunicación verbal y no verbal, y en la energía que emites. Está relacionada con la veracidad que hay en ti, con la coherencia, la educación y la amabilidad con la que te relacionas. Y se alimenta de la identidad de quien realmente eres.
Ahora que lo sabes, ¿crees que tú también puedes ser una persona elegante? ¿Qué vas a hacer para serlo un poco más y que te vean a ti en lugar de perderse en calificativos? Esto está muy relacionado con tu marca personal. ¿Sabes la huella que dejas en los demás? ¿Alguien te tiene es su mente como una persona elegante? Si es que sí, sigue practicando la elegancia. Si es que no, ¿por qué no? ¿Quieres serlo? Ponte un plan de acción. Aquí ya tienes una buena lista de ideas por donde empezar a trabajar.
Te mando mucho ánimo para lograrlo porque recuerda, si quieres, tú puedes ser elegante.
Aprendiendo en el camino del crecimiento.
Raquel Bonsfills
0 comentarios